Me he enamorado de todo. De manos, de pies, de sonrisas, de caracteres, de personalidades, de palabras, de silencios, también de voces.
Pero nunca me había enamorado de rastas.
Hasta hoy.
Dura es la espera de los sábados por la tarde cuando la ropa gira y gira por cuarenta y tantos minutos entre tanto calor y el suave aroma a jabón en polvo de promo. Aquí, donde matamos el tiempo los solteros, solitarios, recién divorciados y los ocasionales lava acolchados premium, nos une solo el saludo y las intenciones. Después todo es espera y silencio.
Escapando de lo virtual me detengo en cada individuo y lo estudio. De dónde será? Porque viene? Cuánto hace que habrá llegado a la isla?
Preguntas sin respuestas, que no le interesan a nadie, solo a un loco como yo.
También la estudie a ella. Y ahí me detuve.
Blanca, fina, suave, de largas rastas castaño oscuro. Un cuello polar como un gorro deja su nuca al descubierto y una catarata interminable de extraño y bello pelo hace bandera del arte con cada leve movimiento de su cuerpo. Zapas inmaculadas rolingas claras con brillitos en las puntas, pantalón oscuro de botamangas anchas, bucito gris con capucha y enormes aros redondos multicolores que cautivan e hipnotizan todas las miradas.
Perdida entre revistas y sus auriculares ni sabe que existo, no la culpo. No la miro con ganas, la miro con admiración. Hay que caminar por este oscuro mundo con tanta perfección!
Juntó sus cosas en una enorme mochila roja y con voz suave dijo “Chau…gracias”. Y el mundo terminó.
Todo me dice que está de paso, que no la volveré a ver jamás.
Le agradezco dama por llamar mi atención, amena espera tuve hoy en este lavarropaje comunitario. Y me ha obligado a escapar por un rato de tanto alboroto real y meterme una vez más en mi mundo secreto de adjetivos, verbos y de su comunión en vulgares oraciones.
Tintero Infinito 12-05-20
Por Marcelo Ledesma