Otro catorce de febrero. «… Que lindo es el amor…cuando llega de verdad…», una vez más repitió ‘Leo’ por radio nacional e inmediatamente después, explotó un mate amargo en la pared del improvisado rancho. Ya son las seis y con el sol que apenas va asomando del otro lado del mar, el Cholo, tras recorrer docientos metros de apenas húmeda playa, recoge sus viejas redes en soledad. Tira el Cholo, tira su pesado tesoro. Tira ilusionado y tira fuerte recordando. Tira el Cholo, tira como lo tiró la vida, preso en invisibles redes, más lejos del camino, más cerca del mar. Escapando del recuerdo, huyendo del desamor, en bicicleta se fué de pesca un día o dos y jamás regresó. Adoptó la playa como amiga, al frío y al viento como fieles compañeros en su labor. Viejas chapas de la abandonada hostería dibujan un cuadrado y un tacho del viejo naufragio hecha chispas de vez en cuando. La catrera arrinconada de grises pallet recicla cuanto trapo abrigue las noches, los días y la amarga vida. En tiempos de pendrives, leal la portátil consume tantas pilas como pescados se puedan permutar y cuando no, el viento le lleva al Cholo voces del más allá, de su doloroso Rio Grande y del mismísimo otro lado del mar. Lo visitan a diario por sus pescados, pero ya casi nadie lo reconoce, ni a él ni a su pasado. Jamás fué pescador, aunque en lo suyo fué el mejor. Cuentan que nunca hubo mejor mozo en ‘EL ROCA’ y por una maldita jugada del destino, abandonó y se abandonó allá, muy lejos del más acá. ‘El Desdemona’ es inerte testigo, de este otro náufrago, que supo hacer de Cabo San Pablo su nuevo hogar. Tira el Cholo, tira atacado por enemigos suspiros, esos que solo da el desamor. Tira, el Cholo tira, aun recordando su viejo amor.
Tintero infinito 26-05-20
Por Marcelo Ledesma